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Se denominó así al estilo de catequesis sugerido al terminar el siglo XIX y que se prolongo hasta en el Congreso internacional de Munich de 1928, respuesta a la inquietud que había suscitado el anterior celebrado en Viena en 1912.
Desde que se estableció en Munich la "Asociación de Catequistas" en 1887, y se comenzaron a publicar revistas como Katechetische Blätter (Hojas catequísticas), la inquietud por los procedimientos seguidos en la educación religiosa desde los primeros años ocupó puesto preferente. La acción de excelentes catequistas como Andrés Seidl, A. Weber y H. Stieglitz, y la influencia de pedagogos como J. F. Herbart, T. Ziller y Otto Wilmann, originaron una inquietud grande en este terreno, la cual pronto se transmitió a todos los sectores de la acción eclesial: predicación popular, preparación a los sacramentos, educación en familia, didáctica de la decencia religiosa en los centros docentes.
Más que de un método o una renovación de los procedimientos, se trató de una revisión en todos los terrenos, desde la identidad del educador de la fe hasta los programas o contenidos. Hubo aspectos más pragmáticos, como la revisión de los instrumentos: catecismos, lenguajes como el dibujo, el canto y el material didáctico. Pero la inquietud fue ambiciosa hasta llegar al nuevo talante que deberían asumir los catequistas en el cumplimiento de su tarea eclesial.
Por eso el nombre de Munich se asoció a la idea de renovación pedagógica integral en la formación religiosa, Y su espíritu trascendió las fronteras y tuvo amplias resonancias e influencias en Francia, Italia y España. En España figura de la talla de Andrés Manjón con sus "Hojas del Avemaría" y Daniel Llorente, con su "Revista Catequística" respondieron a esa acción benéfica.
La idea de los "grados formales" de Herbart y la necesidad de adaptación a las edades, junto con la claridad de los fines o de los objetivos es lo que definió este movimiento y las consecuencias metodológicas del mismo.
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